Ayer platicaba sobre la relación entre el CONACyT y los programas de posgrado a nivel nacional; desde el punto de vista del estudiante, la diferencia entre cursar un programa de posgrado avalado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y uno que no lo es, puede ser de la Tierra a la Luna, de acuerdo al mundo en el que se habite, aunque no se haya leido a Julio Verne.
Si el terrícola en este caso pertenece a un grupo social con alto poder económico y tiene la posibilidad de establecer interacciones con personas (físicas o morales) bien ubicadas en la dinámica económica y política de nuestro país, entonces el posgrado será un mero trámite que le permitirá ostentar un título y aparentar ciertas aptitudes -aunque no las tenga- que le facilitirán la movilidad hacia el interior de su estrecho y protegido círculo.
Si por otro lado se trata de un habitante común y corriente de la sociedad mestiza dominante (en número, aclaro); el individuo en cuestión –no exento de resentimientos sociales- deberá labrarse con trabajo y con tesón su porvenir; para esta clase de seres es la que la certificación de CONACyT representa un aspecto crucial en su decisión académica.
Dicho en términos llanos: Todo posgrado –independientemente de la institución que lo respalde, pública o privada- que no se encuentre avalado por el CONACyT corre el riesgo de ser considerado “patito”, a menos que esté dentro del PIFoP y su plantilla académico-administrativa esté realizando encomiables esfuerzos para conseguir su inclusión en el PNP en un plazo razonable.
Puede ser que por diversas circunstancias particulares, algún posgrado ausente de la lista sea merecedor de estar en ella o al revés, que un programa de estudios “chafa” se haya colado por allí por diversas razones como el prestigio institucional, la destreza política de sus impulsores o sencillamente la inercia, una variable que nunca hay que menospreciar en todos los procesos institucionales.
Como todo sistema de evaluación, es evidente que el PNP y el PIFoP deben dar lugar a muchas injusticias, pero también constituyen un referente del que seguramente muchas instituciones -con personal entusiasta y bien intencionado- han aprendido para perfeccionar sus programas de posgrado.
Hablando en plata la diferencia principal entre un posgrado CONACyT y uno que no lo es, es simple: los estudiantes inscritos en estos últimos no tienen derecho a una beca otorgada por este organismo, de modo que deberán encontrar fuentes alternativas de financiamiento para realizar sus estudios; como mi hermana Elena que realiza el posgrado en la Universidad Pedagógica Nacional y se sostiene mediante una beca-comisión de la SEP.
Como a final de cuentas es un asunto de dinero, el tema de las becas es candente; la lucha por hacerse de una aumenta con el paso de las años, el encarecimiento de la vida y el enrarecimiento del ambiente económico complican aun más el panorama; por eso, en otra entrega, hablaremos de la manera en que están reglamentadas, los beneficios que incluyen y los compromisos -más morales que legales- que el alumno adquiere al recibirlas.
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